Better Call Saul, el spin off de
Breaking Bad, promote… y en eso estamos, atentos a que cumpla las promesas y nos sorprenda con
algo que no peque de obvio. Por ahora, no deja de ser una apuesta que avanza al
ritmo que le conocimos a su predecesora: lento, bizarro, violento.
Un universo rancio, toxico,
decadentemente suburbano y desértico de expectativas, evacuado de toda ética y
espíritu. Ese sin sentido y esa permanente sensación de que la vida es un
desafío insípido, de logros pasajeros, cuestionables, turbios… esa crítica solapada
a la sociedad estadounidense, de apariencias, engaños, degeneración maquillada
de normalidad, es uno de los protagonistas contextuales que dan vida a esta
serie: la patología humana como constante. Si bien, en principio, te hace
sonreír, pasado los minutos te hace sentir enfermo, embriagado de la banalidad
existencial que se proyecta en la pantalla, tan cercana, tan familiar, tan
asquerosa… provoca un solapado pánico.
En esta ocasión, nos centramos
en una suerte de precuela, o historia complementaria a Breaking Bad. Revisamos
los inicios, esplendor y decadencia de uno de los personajes más pintorescos de
ese universo: Saul Goodman, esta suerte de abogado que se vende como producto
comercial barato y desechable, pero que tras esa fachada, se esconde uno de los
titiriteros más efectivos y más coludidos con la mafia, de este micro universo olvidado
por Dios.
En estos primeros capítulos nos
presentan a un protagonista que lidia con su lado oscuro, pero que está sujeto
a la tentación de un mundo infesto y dominado por la corrupción y la
delincuencia. Un personaje inseguro, frustrado, con pequeñas chispas de aquel
mago de la abogacía que conocimos en Breaking Bad. Pero la historia avanza
lento, se pierde en detalles que cuesta tasar en su relevancia… ya en su 6to
capitulo, urge un quiebre. Vince Gilligan, cuenta con todos los insumos para volver
a hacer algo genial. Esperemos que no desaproveche esta oportunidad.
Un Ojo Duro.
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